La ciudad de Málaga, cuna del célebre pintor Pablo Picasso, ha experimentado una transformación notable desde sus humildes comienzos en el siglo XIX. En aquel entonces, Málaga contaba con aproximadamente 125,000 habitantes; hoy, su población se acerca a los 600,000, consolidándose como la sexta ciudad más poblada de España. Este crecimiento no solo se refleja en cifras demográficas, sino también en su papel como un importante destino turístico y de negocios en el sur de Europa. En 2024, el aeropuerto de Málaga recibió a 25 millones de pasajeros, posicionándose como el cuarto más transitado del país, solo detrás de Madrid, Barcelona y Palma.
La evolución de Málaga ha sido impulsada por una afluencia de inversiones internacionales, especialmente en el sector tecnológico. A medida que otras ciudades mediterráneas, como Marsella y Nápoles, enfrentan crisis económicas, Málaga se destaca como un modelo de desarrollo. Este crecimiento ha llevado a la ciudad a ser elegida como sede del segundo Foro Económico y Social del Mediterráneo, un evento que busca promover políticas exitosas y fomentar el desarrollo sostenible en la región.
Sin embargo, este éxito no está exento de desafíos. El aumento en el costo de los productos básicos ha afectado a la población local, y la infraestructura de la ciudad debe evolucionar para satisfacer las necesidades de una población en crecimiento. La movilidad se ha convertido en un tema crítico, y es esencial que las políticas a largo plazo aborden las infraestructuras de transporte, energía y agua. La interconexión entre ciudades y territorios es fundamental para el desarrollo sostenible, y el foro tiene como objetivo resaltar esta conexión.
La noción de «coopetencia», que combina la cooperación y la competencia, se presenta como una solución viable para enfrentar los retos actuales. En este contexto, es crucial aprender de las experiencias de otras ciudades y colaborar en la búsqueda de soluciones integradas. La reciente tragedia de la DANA en Valencia, que ocurrió el 29 de octubre del año pasado, es un recordatorio de la urgencia de establecer un nuevo modelo de infraestructuras y urbanismo. Este evento climático extremo subraya la necesidad de estar preparados para futuros desastres naturales, que podrían afectar a cualquier punto del litoral mediterráneo español, donde reside el 40% de la población del país.
El turismo, que es el primer sector económico del Mediterráneo, no puede ser gestionado sin considerar la capacidad de la oferta energética, hídrica y de movilidad. La planificación urbana debe situar estos elementos en la cúspide de sus prioridades. La necesidad de un debate más amplio sobre estos temas es evidente, y la voz de los medios de comunicación se vuelve esencial para impulsar la discusión desde lo local hasta lo global.
Málaga, con su rica historia cultural y su papel como centro de innovación, se convierte en un símbolo de esperanza y progreso en el Mediterráneo. La figura de María Zambrano, una de las grandes intelectuales españolas, ofrece una perspectiva optimista sobre el futuro. Desde su exilio, Zambrano reflexionó sobre la crisis de Europa en los años 40 y escribió: «Europa no ha muerto, Europa no puede morir del todo: agoniza. Porque Europa es tal vez lo único, en la historia, que no puede morir del todo, lo único que puede resucitar». Estas palabras resuenan hoy en día, recordándonos que, a pesar de los desafíos, siempre hay espacio para la renovación y el crecimiento.
La historia de Málaga es un testimonio de cómo una ciudad puede reinventarse y adaptarse a los tiempos modernos, convirtiéndose en un faro de innovación y cultura en el Mediterráneo. Con una población en crecimiento y un enfoque en el desarrollo sostenible, Málaga está bien posicionada para enfrentar los desafíos del futuro y seguir siendo un ejemplo de progreso en la región. La colaboración entre ciudades y la integración de experiencias serán clave para construir un futuro más resiliente y próspero para todos los habitantes del Mediterráneo.