En la actualidad, el fenómeno de las ofertas públicas de adquisición (OPA) no solo se limita al ámbito financiero, sino que ha encontrado un paralelo en el mundo de la comunicación. Las marcas y las instituciones han adoptado una estrategia de captación de atención que, en muchos casos, se asemeja a una OPA simbólica. Este enfoque busca retener a la audiencia, pero a menudo se traduce en una saturación que puede resultar contraproducente. La constante bombardeo de mensajes y campañas publicitarias ha llevado a que los consumidores se sientan más perseguidos que atraídos, lo que plantea un desafío significativo para las marcas que buscan conectar genuinamente con su público.
La saturación comunicativa se ha convertido en un fenómeno común en el que las marcas confunden la constancia con la insistencia. En lugar de construir relaciones significativas, muchas empresas optan por inundar a su audiencia con eslóganes y mensajes repetitivos, creyendo erróneamente que la repetición genera fidelidad. Sin embargo, la realidad es que esta estrategia cansa y erosiona la confianza del consumidor. Un claro ejemplo de esto es la campaña del Banc Sabadell, que ha estado en marcha durante más de un año y medio, defendiendo su identidad frente a una hipotética adquisición por parte del BBVA. En lugar de inspirar confianza, esta comunicación sostenida ha comenzado a generar agotamiento entre los consumidores, quienes se sienten atrapados en un ciclo interminable de mensajes.
La dinámica de acción y reacción entre marcas, como el caso del Banc Sabadell y el BBVA, se asemeja a una serie de televisión donde el espectador se encuentra atrapado en un guion que se alarga sin un desenlace claro. Esta repetición sin matices puede resultar contraproducente, ya que la comunicación que intenta persuadir sin enamorar se convierte en ruido. La saturación publicitaria no solo afecta la percepción de la marca, sino que también puede llevar a los consumidores a levantar defensas y desconectarse completamente.
En el ámbito institucional, la situación es similar. Las campañas de comunicación pública sobre temas como el civismo, el reciclaje y la salud son tan frecuentes que los ciudadanos ya no saben si se les habla como votantes o como ciudadanos. En épocas preelectorales, esta confusión se intensifica, lo que genera desconfianza hacia las instituciones. La saturación se convierte en un enemigo de la comunicación efectiva, donde el verdadero reto radica en encontrar el equilibrio entre informar y no abrumar.
La comunicación efectiva no es aquella que se impone, sino la que acompaña. Las marcas deben aprender a dosificar su mensaje, entendiendo que la persuasión sutil es mucho más efectiva que la ofensiva constante. En cualquier relación, incluida la comunicación corporativa, el exceso puede matar el interés. La mejor publicidad no es la que más habla, sino la que logra conectar con su audiencia de manera auténtica. En este sentido, es fundamental que las marcas desarrollen una voz propia y sepan cuándo es el momento adecuado para callar. El público no es un mero objetivo de adquisición; es un ciudadano que busca ser respetado y escuchado.
Un caso reciente que ilustra esta problemática es el del Ayuntamiento de Barcelona, que ha decidido transformar su identidad visual para convertirse en la marca de la ciudad. Este movimiento, aunque sorprendente, plantea interrogantes sobre la necesidad de redefinir la percepción de una institución que, en esencia, es parte de una ciudad con una identidad propia. Cambiar un logo puede ser un acto simbólico poderoso, pero si no hay un relato claro que lo respalde, el público puede percibirlo como un gesto superficial. La ciudad de Barcelona tiene una vida propia que no necesita ser tutelada por una institución; su identidad se construye a través de sus ciudadanos y su cultura.
En tiempos donde todo comunica, el verdadero desafío radica en comunicar mejor. Las marcas, tanto públicas como privadas, deben aprender a encontrar el tono adecuado y la frecuencia necesaria para conectar con su audiencia. La persuasión sutil, que respeta el espacio y el tiempo del consumidor, es mucho más efectiva que la insistencia constante. Al final, el público busca una conexión genuina, no una OPA constante sobre su atención. La comunicación debe ser un diálogo, no un monólogo, donde cada parte se sienta valorada y respetada.