La situación de violencia en Colombia ha tomado un giro alarmante tras el reciente atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, quien se encuentra en estado crítico después de ser atacado por un menor de 15 años. Este incidente ha reavivado el debate sobre el fenómeno del sicariato adolescente, un problema que ha estado presente en la sociedad colombiana durante décadas y que parece no tener fin. El ataque, que ocurrió en un barrio de Bogotá, ha llevado a muchos a reflexionar sobre las raíces de la violencia en el país y el papel que juegan los jóvenes en este contexto.
**El Contexto del Sicariato Adolescente**
El sicariato adolescente en Colombia no es un fenómeno nuevo. Desde los años 80 y 90, el país ha sido testigo de cómo jóvenes, a menudo provenientes de entornos de pobreza extrema, se convierten en ejecutores de violencia. En el caso de Uribe Turbay, el atacante no solo disparó balas, sino que también desenterró recuerdos de un pasado marcado por la violencia política y el uso de menores como sicarios. Este tipo de violencia ha sido representado en diversas obras culturales, como la película «Rodrigo D. No Futuro» de Víctor Gaviria, que retrata la vida de jóvenes en Medellín atrapados en un ciclo de violencia y desesperanza.
La historia de estos jóvenes es trágica. Muchos de ellos provienen de familias desestructuradas y han vivido situaciones de violencia en sus hogares. Un estudio de Unicef revela que el 78% de los niños y adolescentes que se unieron a grupos armados entre 2013 y 2022 habían experimentado violencia familiar. La mayoría de estos jóvenes entran al mundo del crimen entre los 13 y 14 años, impulsados por la falta de oportunidades y la promesa de dinero fácil. En el caso del agresor de Uribe Turbay, se sabe que había abandonado dos programas de reinserción social antes de cometer el atentado, lo que pone de manifiesto la dificultad de romper el ciclo de violencia.
**Las Nuevas Dinámicas de la Violencia**
El atentado contra Uribe Turbay también pone de relieve cómo las dinámicas de la violencia han cambiado con el tiempo. Aunque el uso de menores como sicarios no es nuevo, la forma en que estos jóvenes son reclutados y operan ha evolucionado. Lucas Ospina, profesor de la Universidad de Los Andes, señala que la influencia de las redes sociales y la cultura digital ha creado un nuevo tipo de sicario, uno que está mediado por las pantallas y que puede ser fácilmente cooptado por redes criminales.
La figura del sicario adolescente se ha transformado en un símbolo de la desesperanza en Colombia. Estos jóvenes, a menudo sin apoyo familiar y con un desarrollo emocional y cognitivo incompleto, son manipulados por grupos criminales que les ofrecen una forma de vida que parece atractiva en comparación con su realidad cotidiana. La violencia se convierte en un rito de paso, y el primer asesinato se presenta como una forma de demostrar lealtad y compromiso con el grupo.
El caso de Uribe Turbay es un recordatorio de que las heridas del pasado aún no han sanado. La violencia política y el sicariato adolescente son problemas interconectados que requieren una atención urgente. Las promesas de paz del presidente Gustavo Petro parecen cada vez más distantes, ya que la realidad de la violencia sigue presente en las calles de Colombia. La lucha por una «paz total» se enfrenta a un enemigo formidable: la cultura del sicariato que ha arraigado en la sociedad colombiana.
La historia de los «suizos», jóvenes sicarios que fueron utilizados por el narcotráfico y otros grupos criminales, es un ejemplo de cómo el ciclo de violencia se perpetúa. Estos jóvenes, que a menudo son reclutados de los barrios más pobres, son desechados una vez que cumplen su función. La falta de oportunidades y el abandono social son factores que contribuyen a que estos jóvenes se conviertan en herramientas de la violencia.
El reciente atentado ha puesto de manifiesto la necesidad de abordar las causas profundas del sicariato adolescente en Colombia. Es imperativo que se implementen políticas efectivas que ofrezcan alternativas a estos jóvenes, así como programas de reinserción social que realmente funcionen. La sociedad colombiana debe unirse para enfrentar este problema y trabajar hacia un futuro donde la violencia no sea la única opción para los jóvenes en situación de vulnerabilidad.