En la última década, el panorama de la protesta social ha experimentado transformaciones significativas, impulsadas en gran medida por el auge de las redes sociales y el cambio en las dinámicas de poder. Tres conceptos han cobrado especial relevancia en este contexto: la cancelación, el escrache y el boicot. Cada uno de estos términos representa una forma de resistencia y oposición a las injusticias, pero también plantea preguntas sobre su efectividad y sus implicaciones éticas.
### La Cancelación: Un Fenómeno Cultural
La cancelación, un término que ha ganado notoriedad en los últimos años, se refiere a la práctica de boicotear o excluir a individuos o instituciones que son percibidos como promotores de ideas culturalmente inaceptables. Su origen se remonta a 2014, cuando se popularizó en el reality show ‘Love and Hip-Hop: New York’. Desde entonces, ha evolucionado hasta convertirse en una herramienta de activismo en línea, especialmente entre las comunidades de minorías que buscan visibilizar y combatir la opresión.
El Oxford English Dictionary actualizó su definición en 2021, reflejando la naturaleza cambiante de este fenómeno. Sin embargo, la cultura de la cancelación ha sido objeto de críticas. Muchos argumentan que, aunque puede ser efectiva para señalar comportamientos inaceptables, también puede llevar a la deshumanización de las personas involucradas, reduciéndolas a sus errores sin considerar el contexto o la posibilidad de redención.
Un ejemplo notable de cancelación es el caso de Harvey Weinstein, quien fue despojado de su estatus en la industria del entretenimiento tras las acusaciones de abuso sexual que surgieron durante el movimiento #MeToo. Aunque la cancelación puede parecer una forma de justicia social, también plantea la cuestión de si realmente aborda las raíces de las injusticias estructurales que perpetúan el racismo, el machismo y otras formas de opresión.
### Escrache y Boicot: Otras Formas de Protesta
El escrache, por su parte, tiene un origen político más claro y se asocia con la lucha contra la impunidad en contextos de violaciones de derechos humanos. Nacido en Argentina en los años 90, el escrache se utilizó para señalar públicamente a los responsables de crímenes durante la dictadura militar. A diferencia de la cancelación, que puede ser vista como una acción individual, el escrache busca una respuesta colectiva y visibiliza la lucha por la justicia.
El filósofo Antonio Gómez Villar, en su ensayo ‘Transformar no es cancelar’, argumenta que el escrache es una protesta excepcional que busca un cambio real, en lugar de simplemente castigar a individuos. Esta distinción es crucial, ya que el escrache se enmarca en un contexto de lucha por la memoria y la justicia, mientras que la cancelación a menudo se centra en la reputación y el estatus social.
El boicot, otra forma de protesta, se basa en la presión económica. Históricamente, ha demostrado ser una herramienta poderosa para generar cambios. Desde el boicot a productos elaborados por esclavos en el siglo XIX en Estados Unidos hasta las campañas de Gandhi contra los productos británicos en la India, el boicot ha sido utilizado para desafiar injusticias y promover el consumo ético. En la actualidad, movimientos como BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) buscan aumentar la presión sobre Israel para que cumpla con las leyes internacionales en relación con Palestina.
### La Polarización del Debate
A medida que estas formas de protesta han evolucionado, también lo ha hecho el debate en torno a ellas. La cultura de la cancelación ha sido criticada por algunos sectores de la derecha, que la ven como una amenaza a la libertad de expresión. Sin embargo, muchos defensores de la cancelación argumentan que es una respuesta necesaria a las injusticias que han sido ignoradas durante demasiado tiempo.
El politólogo Umut Özkirimli señala que la cultura de la cancelación no es un fenómeno nuevo, sino que se inscribe en una larga tradición de censura y persecución de ideas. La lucha contra la cancelación se ha convertido en un eje central para muchos movimientos de derecha, que utilizan el término para deslegitimar las luchas por los derechos de las minorías.
Por otro lado, la izquierda también está dividida en este tema. Algunos pensadores critican la cultura de la cancelación, argumentando que distrae de las luchas más amplias contra la desigualdad económica y social. La filósofa Susan Neiman ha señalado que la indignación por las pequeñas victorias simbólicas de la agenda ‘woke’ puede desviar la atención de las desigualdades estructurales que persisten en la sociedad.
En este contexto, es esencial reflexionar sobre la efectividad y las implicaciones de estas formas de protesta. La cancelación, el escrache y el boicot son herramientas que, aunque diferentes en su enfoque, comparten un objetivo común: la búsqueda de justicia y equidad en un mundo que a menudo parece estar en contra de estas aspiraciones. Sin embargo, la forma en que se implementan y se perciben puede tener un impacto duradero en la lucha por los derechos humanos y la justicia social.