La reciente muerte de Joseph Nye, un destacado académico estadounidense, ha reavivado el debate sobre el concepto de ‘soft power’ o poder blando, que Nye popularizó. Este concepto se refiere a la capacidad de un país para influir en otros a través de la atracción y la persuasión, en lugar de la coerción militar o económica. Nye argumentaba que la fuerza de Estados Unidos no residía únicamente en su poder militar, sino también en su legado de libertades y derechos humanos. Sin embargo, en un artículo póstumo, Nye expresó su preocupación de que bajo la administración de Donald Trump, Estados Unidos estaba perdiendo su capacidad de ejercer este poder blando.
La caída del comunismo en 1989 fue vista por muchos, incluido el académico Francis Fukuyama, como el triunfo de la democracia y el liberalismo. Fukuyama proclamó que estábamos presenciando ‘el fin de la historia’, donde la democracia se convertiría en el sistema político predominante. Sin embargo, en la actualidad, Fukuyama ha revisado su postura, sugiriendo que Estados Unidos se dirige hacia un régimen iliberal. La figura de Trump se presenta como una amenaza al orden político y económico establecido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.
Trump ha promovido una visión del mundo que se basa en alianzas con líderes autoritarios y en la creación de un orden mundial que favorezca a las grandes potencias. Su lema ‘Make America Great Again’ (MAGA) refleja un deseo de restaurar la grandeza industrial de Estados Unidos a través de políticas proteccionistas, como la imposición de tarifas arancelarias. Sin embargo, estas políticas han generado incertidumbre en los mercados financieros, lo que ha llevado a Trump a realizar ajustes en su enfoque económico. Por ejemplo, tras la caída de los mercados en respuesta a sus propuestas de tarifas, el presidente tuvo que retractarse y buscar un acuerdo provisional con China.
El impacto de estas decisiones se ha visto reflejado en la reciente rebaja de la calificación de la deuda estadounidense por parte de Moody’s, lo que indica una pérdida de confianza en la economía estadounidense. La elevada deuda pública y las políticas económicas de Trump han suscitado preocupaciones sobre la sostenibilidad del dólar como moneda de reserva mundial. La aprobación de su nueva ley fiscal, que perpetúa recortes de impuestos sin garantizar un aumento de ingresos, podría llevar la deuda estadounidense a niveles alarmantes, alcanzando el 120% del PIB en pocos años.
En este contexto, la política exterior de Trump ha tomado un giro preocupante. La reciente prohibición a Harvard de aceptar estudiantes extranjeros, bajo el pretexto de la seguridad nacional, es un claro ejemplo de cómo la administración está socavando uno de los pilares del soft power estadounidense: la educación y la atracción de talento internacional. Además, la amenaza de aranceles del 50% a Europa ha generado tensiones adicionales, poniendo en riesgo las relaciones transatlánticas y la estabilidad económica global.
La situación se complica aún más con la inminente cumbre de la OTAN, donde Trump ha insinuado una posible reducción de la protección militar a Europa, lo que podría dejar a los países del Este vulnerables ante la agresión de Rusia. La falta de unidad en Europa y la diversidad de intereses entre sus miembros dificultan una respuesta cohesiva ante la imprevisibilidad de la administración Trump. En este escenario, España, al igual que otros países europeos, se enfrenta a un desafío significativo, ya que la falta de consenso interno limita su capacidad para actuar de manera efectiva en el ámbito internacional.
La incertidumbre económica y política que rodea a la administración Trump plantea preguntas sobre el futuro del orden mundial. La posibilidad de que los mercados presionen a Trump para revertir algunas de sus políticas es una esperanza, pero el camino hacia adelante sigue siendo incierto. La combinación de un liderazgo errático y una economía en declive podría tener consecuencias duraderas no solo para Estados Unidos, sino también para el equilibrio global de poder. En este contexto, el soft power americano, que una vez fue un faro de esperanza y progreso, se encuentra en una encrucijada, enfrentando desafíos sin precedentes en la era contemporánea.