La sensación de miedo y vulnerabilidad se ha apoderado de los habitantes de Paiporta, un año después de la devastadora riada provocada por la dana Alice. Este fenómeno meteorológico dejó una huella imborrable en la comunidad, y a medida que se acerca el aniversario de la tragedia, los recuerdos y temores resurgen con fuerza. Las calles de esta localidad valenciana, que aún conservan cicatrices de la tormenta, son testigos de un estado emocional colectivo marcado por la incertidumbre y la ansiedad.
La vida de muchos residentes ha cambiado drásticamente desde aquel fatídico día. Bárbara, una madre que solía regentar una cafetería, ahora se enfrenta a la precariedad laboral, encadenando contratos temporales que apenas le permiten salir adelante. «A mi hija le da taquicardia cuando llueve mucho», confiesa, reflejando el impacto psicológico que la tormenta ha tenido en su familia. La alerta roja que se activó hace unos días reavivó sus miedos, y la pregunta que ronda en la mente de muchos es: «¿Volverá a pasar?».
La tienda de Daymay, situada en una de las calles principales, ha reabierto sus puertas, pero el recuerdo de las aguas que alcanzaron más de dos metros de altura persiste. Aunque ella se muestra optimista respecto a las mejoras en la infraestructura del pueblo, reconoce que la ansiedad sigue presente entre los vecinos. «La gente está nerviosa, especialmente el día de la alerta roja, cuando no había nadie en la calle», explica. A pesar de los esfuerzos del ayuntamiento por limpiar el barranco y las alcantarillas, muchos sienten que las obras antiriada son insuficientes y que la seguridad aún está lejos de ser una realidad.
Vicente, otro vecino, comparte esta preocupación. Asegura que la falta de claridad en las decisiones políticas y la percepción de que no se está trabajando de manera efectiva para la reconstrucción alimentan la desconfianza en la comunidad. «No entendemos bien las decisiones que se han tomado desde la Generalitat», dice, reflejando un sentimiento generalizado de frustración y desamparo. Para él, la memoria de la riada de 1957, que vivió en su infancia, le hace temer que la historia se repita.
Las secuelas psicológicas de la dana son palpables en Paiporta. María Eugenia, que vive en Picassent, relata cómo el miedo ha afectado su rutina diaria. A pesar de que su hogar no sufrió daños, la angustia por la seguridad de su madre, que reside en Paiporta, la llevó a cambiar sus hábitos de desplazamiento. «Ahora evitamos el camino entre huertas y optamos por la pista de Silla porque tenemos miedo», explica, evidenciando cómo el trauma ha alterado la vida cotidiana de muchos.
La lluvia y las alertas meteorológicas han sido constantes en las últimas semanas, intensificando la ansiedad en la zona cero. Blanca, que no vivió la dana directamente pero sí tuvo a sus hijas en Paiporta durante la tormenta, recuerda la angustia de regresar a casa y ver los estragos. «Cada noche de lluvia se desvela y hace dos que no duerme», cuenta sobre su hija, quien sigue los avisos del ayuntamiento con una preocupación palpable. La comunidad, aunque consciente de que se han tomado medidas para evitar una nueva tragedia, no puede evitar sentir que el recuerdo de la riada está siempre presente.
La situación en Paiporta es un reflejo de cómo las catástrofes naturales no solo afectan la infraestructura física, sino que también dejan profundas marcas en la psique de las personas. La inseguridad y el miedo a lo desconocido se han convertido en compañeros constantes para muchos, y a medida que se acerca el aniversario de la dana, la comunidad se enfrenta a un dilema: ¿cómo avanzar y reconstruir cuando el pasado sigue acechando? La respuesta a esta pregunta es compleja y requiere no solo de obras físicas, sino también de un apoyo emocional y psicológico que permita a los vecinos sanar y recuperar la confianza en su entorno.
La resiliencia de la comunidad de Paiporta es admirable, pero el camino hacia la recuperación es largo y lleno de obstáculos. La lucha por la seguridad y la tranquilidad continúa, y mientras los recuerdos de la dana persistan, la necesidad de un compromiso real por parte de las autoridades se vuelve más urgente que nunca. La historia de Paiporta es un recordatorio de que, tras una tragedia, la reconstrucción no solo implica reparar lo material, sino también atender las heridas invisibles que quedan en el corazón de las personas.