El fenómeno conocido como el «Síndrome de Fortunata» se ha convertido en un tema de interés en la psicología moderna, ya que describe un patrón emocional que afecta a muchas personas en sus relaciones amorosas. Este síndrome, que toma su nombre de un personaje de la célebre novela de Benito Pérez Galdós, se refiere a la tendencia de involucrarse sentimentalmente con personas que ya están en una relación comprometida. A menudo, quienes experimentan este síndrome no solo buscan una aventura, sino que están atrapados en un ciclo emocional que revela profundas heridas y carencias afectivas.
### Las Raíces Emocionales del Síndrome
Para comprender el Síndrome de Fortunata, es esencial explorar las motivaciones inconscientes que lo sustentan. Este patrón no surge de la nada; a menudo, está ligado a experiencias de la infancia que moldean nuestra forma de relacionarnos en la adultez. Según el psicoanálisis, los individuos tienden a repetir dinámicas emocionales que les resultan familiares, incluso si estas han sido dolorosas. Por ejemplo, una persona que ha crecido con un padre ausente puede sentirse atraída por parejas que replican esa misma indisponibilidad emocional. Esta atracción se convierte en un intento fallido de reparar el pasado, buscando en el amor prohibido la validación que no se obtuvo en la infancia.
La persona que se encuentra en el rol de amante no solo desea a alguien que no está disponible, sino que idealiza el espacio simbólico que esa persona representa. Este amor se nutre de una carencia afectiva fundamental, donde la creencia de que, si logran «ganar» a esa persona, finalmente se sentirán completos y validados. Sin embargo, esta búsqueda de reconocimiento se disfraza de amor romántico, creando un ciclo de dependencia emocional que es difícil de romper.
### La Ilusión de Control y la Competencia Emocional
Una de las características más intrigantes del Síndrome de Fortunata es la paradoja que viven quienes lo padecen. Por un lado, sufren al ocupar un segundo plano en la relación; por otro, experimentan una ilusión de control. Esta sensación de control se manifiesta en la creencia de que son ellos quienes realmente poseen el amor y el deseo de la persona infiel, mientras que la pareja oficial es vista como alguien engañado. Este mecanismo de defensa les permite evitar confrontar una autoimagen deteriorada, ya que aceptar el rol secundario implica una creencia arraigada de no ser merecedores de un amor pleno.
Además, la competencia emocional juega un papel crucial en este síndrome. En muchos casos, el deseo no se dirige tanto hacia la persona amada, sino hacia la victoria sobre el rival, que en este caso es la pareja oficial. Esta dinámica competitiva puede tener sus raíces en la infancia, donde la lucha por el afecto de los padres frente a los hermanos puede haber creado un patrón de comportamiento que se repite en la vida adulta. La persona comprometida se convierte en un trofeo, y la relación, en un campo de batalla donde se busca reafirmar un valor personal que se siente frágil.
### Rompiendo el Ciclo de Dependencia
Salir de este patrón repetitivo es un proceso complejo, ya que existe un goce oculto en el sufrimiento. La psicología ha observado que el rol de víctima y la queja constante pueden generar endorfinas, creando una especie de adicción al propio dolor. Este fenómeno, combinado con la atracción por lo prohibido, hace que la persona se mantenga anclada en una situación destructiva. La adrenalina del secreto y la intensidad de las emociones en un amor imposible pueden resultar más estimulantes que la estabilidad de una relación disponible.
El primer paso para romper este ciclo no es el juicio, sino la autoconciencia. Es fundamental que la persona se pregunte honestamente qué necesidad está intentando cubrir con esta relación y qué vacío está llenando. La terapia psicológica, ya sea a través del psicoanálisis o enfoques como el EMDR, puede ser una herramienta crucial para desenterrar estos patrones inconscientes, ponerles nombre y entender su origen. Hacer consciente la repetición y el goce oculto en la victimización permite a la persona comenzar a elegir desde un lugar diferente.
Aunque a menudo se requiere «tocar fondo» para buscar ayuda, el camino hacia la sanación implica reconectar con el amor propio y comprender que se es merecedor de un amor presente, visible y completo. Solo así se puede dejar de ser Fortunata y construir relaciones plenas y saludables, basadas en la reciprocidad y no en la espera.