La creencia popular de que un chicle tragado permanece en el estómago durante siete años es un mito. En realidad, el chicle transita por el sistema digestivo y se expulsa de forma natural. Sin embargo, su base de goma, que es indigerible, plantea un problema significativo para el medio ambiente. Cada año, se desechan miles de toneladas de chicles, convirtiéndose en una forma de contaminación plástica que no se recoge ni se recicla.
El chicle tiene una historia rica que se remonta a las antiguas civilizaciones. Los aztecas y mayas ya masticaban goma de savia de árbol, y fue durante la Segunda Guerra Mundial que el chicle se popularizó en Estados Unidos, gracias a su inclusión en las raciones de los soldados. Aunque el chicle original era un producto natural, hoy en día la mayoría de las marcas han sustituido este componente por derivados sintéticos del petróleo, como el estireno-butadieno, que se utiliza principalmente en la fabricación de neumáticos.
Los chicles modernos contienen una mezcla de polímeros, saborizantes y endulzantes, lo que los convierte en un tipo de plástico no biodegradable. Este cambio en la composición ha llevado a un aumento en la preocupación por los microplásticos, que son fragmentos diminutos de plástico que contaminan el medio ambiente y pueden ingresar a la cadena alimentaria. Aunque aún no se han confirmado los efectos nocivos de los microplásticos en la salud humana, el hecho de que el chicle se mastique y se ingiera plantea inquietudes adicionales.
Investigaciones recientes han comenzado a explorar la relación entre el chicle y los microplásticos. En un estudio presentado en la reunión de primavera de 2025 de la Sociedad Química Estadounidense, se descubrió que al masticar chicle, cada gramo puede liberar entre 100 y 600 microplásticos a la saliva. Esto significa que una sola pieza de chicle puede liberar hasta 3,000 partículas de microplástico. Si una persona consume entre 160 y 180 chicles al año, podría estar ingiriendo alrededor de 30,000 microplásticos.
Los investigadores se sorprendieron al encontrar que tanto los chicles sintéticos como los naturales liberan cantidades similares de microplásticos. Esto plantea la cuestión de cómo estos microplásticos pueden afectar la salud humana, aunque los científicos advierten que aún no hay evidencia concluyente sobre su peligrosidad. Sin embargo, el director del estudio enfatiza que el plástico que se libera en la saliva es solo una pequeña fracción del plástico total en el chicle, lo que lo convierte en una fuente adicional de contaminación plástica.
El problema del desecho de chicles es igualmente alarmante. Se estima que cada año se producen 1.74 billones de piezas de chicle, lo que equivale a más de 2.4 millones de toneladas, de las cuales aproximadamente 730,000 toneladas son goma sintética. Esto se traduce en alrededor de 100,000 toneladas de basura plástica generada anualmente solo por los chicles. A pesar de ser el segundo tipo de residuo más común en las calles, después de las colillas de cigarrillos, no existen soluciones efectivas para su eliminación.
La mejor práctica recomendada es envolver los chicles en papel antes de desecharlos, evitando así que se conviertan en una molestia para otros y una carga para los servicios de limpieza. Sin embargo, la mayoría de los chicles no se reciclan y terminan como basura. Para abordar este problema, algunas marcas han comenzado a desarrollar chicles biodegradables que utilizan ingredientes vegetales en lugar de plásticos sintéticos. Sin embargo, estas opciones suelen ser más costosas y menos accesibles que las marcas convencionales.
Una solución innovadora fue propuesta por la diseñadora británica Anna Bullus, quien fundó la empresa Gumdrop en 2011. Su idea consiste en recoger chicles usados y reciclar el plástico que contienen. Bullus creó recipientes de recolección que se colocan en lugares públicos, donde las personas pueden depositar sus chicles. Estos recipientes, que son llamativos y de color rosa, han demostrado reducir en un 90% la cantidad de chicles arrojados al suelo. Además, el plástico reciclado, conocido como Gum-tec, se utiliza para fabricar una variedad de productos, desde vasos hasta suelas de zapatos.
La creciente preocupación por la contaminación plástica y la salud humana ha llevado a un mayor interés en la sostenibilidad y el reciclaje de productos como el chicle. A medida que más consumidores se vuelven conscientes de su impacto ambiental, es probable que la demanda de alternativas más sostenibles aumente. La educación y la concienciación sobre el problema del chicle y su impacto ambiental son esenciales para fomentar un cambio positivo en el comportamiento del consumidor y en la industria.