Las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela han alcanzado un nuevo nivel de tensión, marcado por las declaraciones del presidente estadounidense, Donald Trump, quien ha advertido que Venezuela enfrentará un «precio incalculable» si no acepta la repatriación de los «presos» venezolanos que se encuentran en territorio estadounidense. Este ultimátum fue emitido a través de su cuenta en Truth Social, donde Trump también hizo referencia a la situación de personas en instituciones mentales, sugiriendo que el liderazgo venezolano ha forzado a muchos a buscar asilo en Estados Unidos.
La escalada de tensiones se produce en un contexto de creciente despliegue militar estadounidense en el Caribe, donde se han hundido varias embarcaciones vinculadas al narcotráfico, algunas de las cuales se cree que proceden de Venezuela. Este aumento de la actividad militar ha sido justificado por el gobierno de Trump como una medida necesaria para combatir el narcotráfico en la región.
Por su parte, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha respondido a las amenazas de Trump con un discurso beligerante, afirmando que confía en que los campesinos de su país estén preparados para «tomar las armas» en caso de una agresión por parte de Estados Unidos. En un acto reciente, Maduro instó a la Unión Nacional Campesina Ezequiel Zamora a prepararse para defender la soberanía de Venezuela, enfatizando que la nación se mantendría unida y en resistencia ante cualquier ataque.
La retórica de Maduro ha incluido afirmaciones de que Venezuela está más unida que nunca, y ha instado a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) a llevar a cabo entrenamientos en diversas comunidades para enseñar el manejo de armas, como parte de un plan de defensa nacional. Este despliegue militar ha sido descrito por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, como un «hito» en la «revolución militar» del país.
La situación se complica aún más por el contexto de las relaciones diplomáticas entre ambos países, que han estado prácticamente inexistentes desde 2019, cuando Estados Unidos reconoció a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Desde entonces, las tensiones han ido en aumento, con acusaciones mutuas y sanciones económicas que han afectado gravemente la economía venezolana.
Trump ha utilizado la retórica de la criminalidad y la salud mental para justificar su política de inmigración, argumentando que muchos de los inmigrantes venezolanos son criminales o enfermos mentales. Esta narrativa ha sido parte de su campaña más amplia para endurecer las políticas de inmigración y deportación en Estados Unidos.
En medio de este clima de hostilidad, el gobierno de Maduro ha reportado que más de 13,000 migrantes han regresado a Venezuela desde principios de año, en parte debido a un acuerdo de deportación firmado entre Caracas y Washington. Este acuerdo ha permitido que muchos venezolanos que se encontraban en Estados Unidos regresen a su país, aunque bajo circunstancias difíciles.
La situación en Venezuela es crítica, con una economía en crisis y una población que enfrenta escasez de alimentos y medicinas. La retórica de ambos líderes, Trump y Maduro, parece estar alimentando un ciclo de confrontación que podría tener consecuencias devastadoras para la población civil.
Mientras tanto, la comunidad internacional observa con preocupación el desarrollo de estos acontecimientos, preguntándose si habrá espacio para la diplomacia en un conflicto que parece estar cada vez más polarizado. Las acciones de ambos gobiernos en las próximas semanas serán cruciales para determinar si se puede evitar una escalada aún mayor en este conflicto.