En España, la forma de vivir ha experimentado un notable cambio en los últimos años. Según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 29% de los hogares están compuestos por dos personas, mientras que un 28% son unipersonales. Esta tendencia refleja una transformación en la estructura familiar y en las dinámicas sociales del país. La Estadística Continua de Población (ECP) del INE, con datos hasta el 1 de julio de 2025, revela que de los 19 millones de hogares registrados, 5.671.919 son de dos miembros y 5.541.399 son unipersonales. Este aumento en los hogares unipersonales es significativo, ya que ha crecido un 8% desde 2012, lo que indica un cambio en las preferencias y estilos de vida de los españoles.
La socióloga María José Rodríguez, experta en el tema, señala que este fenómeno puede atribuirse a varios factores. Uno de los más destacados es la decisión de muchas parejas de no tener hijos, lo que se conoce como infecundidad voluntaria. Esta elección se ha vuelto más común en una sociedad que valora la libertad individual y las expectativas personales sobre la conformación de una familia tradicional. Además, Rodríguez aclara que no todas las personas que viven juntas son necesariamente una familia, lo que sugiere que la definición de familia está evolucionando.
Un estudio de Funcas también resalta que el 72% de los hogares españoles no alberga a niños o jóvenes, lo que representa un incremento del 8% en comparación con 2012. De este porcentaje, una cuarta parte corresponde a hogares unipersonales, que han aumentado del 23,6% al 26,6% entre 2012 y 2021. Este cambio en la estructura de los hogares se debe no solo a la demografía, sino también a factores culturales, como la soltería por elección y el aumento de parejas que optan por vivir separadas, conocidas como LAT (Living Apart Together).
La clasificación de los hogares en España también revela que los hogares de cuatro o más convivientes representan el 23% del total, con 4.483.729 residencias. En contraste, los hogares de tres personas son los menos comunes, ocupando solo el 20% del total. Este último dato es interesante, ya que sugiere que las estructuras familiares tradicionales están en declive, y que la idea de una familia nuclear está siendo reemplazada por configuraciones más diversas.
En cuanto a la distribución geográfica de estos hogares, se observa que en once comunidades autónomas, vivir solo es la opción más común. Comunidades como Aragón, Asturias y Canarias presentan un alto número de hogares unipersonales. Por otro lado, en regiones como Andalucía, Islas Baleares y Cataluña, el modelo de dos personas sigue siendo el más predominante. Este fenómeno sugiere que las dinámicas sociales y culturales pueden variar significativamente de una región a otra, influenciadas por factores económicos, sociales y culturales.
La socióloga Sandra F. Corbella también aporta su perspectiva sobre la situación. Ella sostiene que los hogares de tres miembros suelen ser estructuras familiares en transición, como parejas con un solo hijo que esperan tener más. Esto indica que la familia tradicional no solo está cambiando, sino que también está en un estado de constante evolución, adaptándose a las realidades sociales contemporáneas.
El aumento de los hogares unipersonales y la disminución de las familias tradicionales reflejan una transformación en la forma en que los españoles perciben la vida en pareja y la familia. La presión social para formar una familia ha disminuido, permitiendo a las personas explorar diferentes estilos de vida y relaciones. Esta libertad de elección ha llevado a un aumento en la soltería y a la creación de nuevas formas de convivencia, como el cohabitar entre amigos o compañeros de piso.
Además, el envejecimiento de la población y la mayor longevidad de las mujeres también han contribuido a este fenómeno. A medida que más personas viven solas, se plantea la necesidad de repensar las políticas sociales y económicas para abordar las necesidades de una población que cada vez más opta por vivir de manera independiente. Las implicaciones de estos cambios son profundas, ya que afectan no solo a la estructura familiar, sino también a la economía, la vivienda y los servicios sociales.
En resumen, la evolución de los hogares en España refleja un cambio significativo en las dinámicas sociales y culturales. La creciente aceptación de diferentes formas de convivencia y la disminución de la presión para formar familias tradicionales son indicativos de una sociedad en transformación. A medida que más personas eligen vivir solas o en parejas sin hijos, es fundamental que se reconozcan y se aborden las implicaciones de estos cambios en todos los aspectos de la vida social y económica del país.